miércoles, 5 de septiembre de 2007

DE VUELTA A LAS PISTAS

Luego de una pequeña depresión por la nota de mi primer trabajo de introduccion a la narración, vuelvo a probar suerte con este cuentito, sobre un lugar muy especial que recorrí el fin de semana pasado... espero les guste.. ( y a la ayudante tambien jajaja)
Se titula:

Unas “luquitas pa’” la familia,

y una “peguita” que dignifica.

Entre galpones, calles y puestos, el hombre de los puntos de colores, nos enseña de la vida con una prominente sonrisa.


No son aún las siete de la mañana de un día sábado y Don Raúl Silva ya se encuentra camino al trabajo, con los pies en los pedales y avanzando a toda velocidad por calles y veredas de Santiago centro, se abre paso entre los peatones hasta llegar a su barrio de destino. Las calles, mal pavimentadas, los puestos aún cerrados, los amigos y los perros vagos le dan la bienvenida.

Se dirige sin prisa a su esquina en San Francisco con Placer, saluda a la señora Elizabeth y a Don Alejandro y procede a instalarse. Estaciona su carrito, selecciona cuidadosamente la mercadería y comienza su día laboral con la frente en alto y una prominente sonrisa, que a pesar de la adversidad, aún no se borra de su rostro.

Si bien no se le ve triste, Don Raúl no ha tenido una vida fácil, desde hace tres meses tuvo que vender su local de artículos deportivos y zapatillas en el persa Nuevo Amanecer, por la escasez de público que frecuentaba las calles debido al plan Transantiago; y se vio obligado a reducir sus productos a botones y flores de plástico, que son de fácil traslado y menor precio.

La gente comienza a circular por entre medio de los puestos y los locatarios despliegan su mercadería a la vista de los consumidores. El persa Bío-Bío se vuelve un arco iris de colores brillantes, luces y objetos de todo tipo. Ropa para todos los sexos y edades, artículos electrónicos, muebles y un sinnúmero de reliquias y antigüedades que se esconden en los rincones polvorientos de los galpones.

Gritos y ofertas se escuchan por doquier, siempre acompañados de la clásica cumbia y el olor a churrasco recién frito.

Don Raúl espera paciente que alguien se interese por sus productos y le proporcione así “algunas luquitas pa’ la familia” como dice.

Ya pasada las siete de la tarde es hora de cerrar el negocio, Don Raúl guarda todo en su carrito cuidadosamente y se propone volver a casa. Con algunas de las monedas que ganó pasa a comprar un poco de pan y se aleja del persa pedaleando. Hasta mañana.